miércoles, 15 de diciembre de 2010

Cuento "La Mujer Sabia"


Hace algunos miles de años existió la tribu de los Curaj. Habitaban tierras fértiles y llenas de abundancia en alimentos, ríos y cristales.

La familia no era como ahora un núcleo individual sino un clan familiar, en donde una mujer de cabellera larga y oscura como la noche sin luna, de ojos intensos y profundos, pocas palabras y noble sonrisa era el centro social y espiritual de aquella común-unidad. Le llamaban Killa, la Gran Madre.

Los hombres eran hermanos, diestros en trabajar los diversos cristales que abundaban. Los transformaban en herramientas, adornos o piezas importantes para los altares. Sabían también trabajar la madera con la que fabricaban utensilios, instrumentos musicales y lo que la imaginación les permitiera.

Las mujeres nutrían la tierra con su propia sangre menstrual cada luna nueva y colocaban allí mismo la semilla para proveerse de alimento. Sabían trenzar los bejucos para hacer tejidos de cestos y bolsos y entre todas cuidaban la cría comunal: las pequeñas niñas y niños que aprenderían de su ejemplo hasta el momento previo de la pubertad donde la Gran Madre recomendaba que los hombres (niños) debían ir a convivir en las casas de sus otros padres/hermanos para así recibir su ejemplo y aprender viviendo.

Se acercaba la ceremonia de Anthakarana y todas y todos se preparaban: dibujaban con el fruto del güaitil espirales en sus cuerpos desnudos, danzaban a los elementos y les cantaban a los seres sutiles que habitaban en el bosque.

Killa, trabajaba en los altares. Observaba cuidadosamente, de su mirada irradiaba amor puro, incondicional. A su paso el olor a hierbas refrescaba y sanaba. Los dones que la acompañaban los había recibido de su madre y su abuela y todas sus ancestras, así también sus descendientes recibirían esta herencia con solo su inspiradora presencia alrededor.

Su enseñanza era simple: aprende a amar, recibir y a perdonar. La abundancia del Universo, las bendiciones de la Tierra, el Cielo y el Mar; el flujo cambiante constante de la vida ~ bueno/malo, sano/enfermo, vida muerte…~

Anthakarana era la ceremonia en donde varias niñas iniciaban su etapa de sanadoras. Conocedoras ahora de los cantos sagrados, se les escuchaba practicar desde hacia algunas lunas atrás, bajo la sombra del Gran Árbol, al atardecer.

Ellas estaban listas, cada una recibiría su doble cáliz, en donde por un lado seria la copa por donde beberían el agüita pura que salía de su primera micción al amanecer y por el otro lado seria el receptáculo del fueguito, que podrían compartir en momentos de ceremonia.

Killa solo observaba, siempre observaba en silencio todo lo que se acercaba: otro grupo de hijas/hermanas iniciarían su segunda etapa.

Ella conocía como permitirle a la verdad del corazón entrar en balance, a través del amor incondicional, la compasión y el perdón (propios). Y el día de la ceremonia de Anthakarana de sus labios saldrían las mismas palabras que en cada ceremonia vivida pronunciaba: “el dolor es inevitable, el sufrimiento es opcional”.

Y aquellas niñas que empezaban ahora a vibrar con la energía de la sangre que nutre la tierra y por lo tanto la energía de la Tierra misma, se iniciarían. Aquel día de Anthakarana, día de sol intenso, noche de luna oscura, las niñas realizaron que la vida y la sanación, provienen y vuelven a la mujer.

El Universo observaba y ellas agradecieron por haber recibido el poder de compartir, nutrir y sanar su santa sangre del vientre de la Mujer al vientre de la Tierra.
Todas eran portadoras de la mágica herencia de Killa, la Gran Madre…ahora todas eran también la Gran Madre.


Rosa Elena Blanco
Cuento inspirado en el círculo de mujeres
RamatCuraj ~cambio de piel~
Luna Llena, Octubre 2010